La fascinante cara oculta del Louvre
Diego Batlle / La Nación ( Buenos Aires) – 22 de octubre de 1998
Gracias a la sociedad entre la distrubuidora Cine-Ojo y el cine Cosmos, continúuan llegando este año a la Argentina verdaderas joyas del documental. Ahora es el turno de La ville Louvre, un impactante, minucioso y poco convencional acercamiento a los misterios y a la trastienda del famoso museo francés.
Y aunque es conveniente prevenir de antemano al espectador acerca de que la copia en video que en esta oportunidad se exhibe no está a la altura de la brillante propuesta estética de Philibert y su equipo, algo que sí podría apreciarse si se proyectara en fílmico, el adentrarse en el fascinante mundo que propone La ville Louvre constituye una aventura igualmente recomendable.
Para aquellos que piensen en este trabajo como una típica recopilación de imágenes de las grandes obras del museo parisiense, deberán saber que La ville Louvre es cualquier cosa menos un documental turístico o una suerte de catálogo de “grandes éxitos” de la colección.
Ejemplo contundente y apasionante de lo que se ha denominado como “documental moderno” (donde la puesta en escena recurre también a algunos elementos de ficción), el film de Philibert propone un viaje hacia el interior desconocido de ese descomunal palacio donde confluyen las culturas de las mas diversas épocas y regiones.
La ville Louvre arranca con imágenes nocturnas. Se escuchan ruidos de cerrojos y las puertas se van abriendo de par en par. La cámara ingresa en el museo, ayudada por la tenue luz de una linterna. En el trayecto apenas se distinguen, se adivinan, algunas de las grandes obras que están colgadas en las paredes.
Philibert sabe que cada detalle de la cotidieneidad del museo tiene su propio encanto, su propio misterio, y prescinde de las palabras porque confía en la potencia de sus imágenes. Afortunadamente, con una sola excepción ya sobre el final del documental, durante los 82 minutos de La Ville Louvre no hay explicaciones académicas ni guías que intenten vender las actividades del museo.
El eje narrativo del trabajo es el montaje de una muestra, desde su planificación y traslado de las obras hasta el debate acerca de cómo colgar cada cuadro. En el medio, aparecen algunos de los más de 1200 orgullosos empleados del museo – desde un restaurador trabajando sobre un Vermeer hasta un cadete que se deplaza sobre patines – que se convierten en involontarios personajes del film.
Philibert tiene el raro mérito de conseguir que incluso las situaciones aparentemente más elementales (cursos de primeros auxilios, prácticas acerca de cómo utilizar los extinguidores de incendio, clases de gimnasia, el trabajo de los cocineros, la elección de la vestimenta de los empleados) resulten tan apasionantes como el descenso a los depósitos de los subsuelos, donde se amontonan mas de 300.000 obras que los visitantes no tienen oportunidad de apreciar en las muestras permanentes.
Así, sin caer en el didactismo ni en la publicidad institucional (en un momento incluso se nota que los empleados se han equivocado al etiquetar ciertas obras y no saben sus verdaderos autores) vemos cómo se construye, día a día, el museo más importante del mundo. Cuando la muestra que le espectador ha visto nacer de la nada ya esta terminada y reluciente, en el fondo comienzan a escucharse los murmullos del público que llega para la inauguración. Y el documental, claro, llega a su fin.