Esa tarde, quedaron para verse en los locales de la escuela y crear juntos un proyecto de espectáculo cuyo tema – o excusa, más bien – era la propia ciudad de Estrasburgo.
Pero, rápidamente, se vieron enfrentados a un gran número de dificultades: ¿qué historia contar? ¿cómo estructurarla? ¿cómo hacer teatro sin el soporte de un texto, sin personajes preexistentes? ¿cómo poner en común los diferentes elementos que cada uno había encontrado en la ciudad? ¿cómo transformar lo real para hacer que naciera la ficción? Y, ¿cómo trabajar juntos – ¡quince! – cuando se ha decidido no recurrir a los servicios de un director externo?
Unas cuantas preguntas que nos llevarán a evocar su relación con la ciudad, la política, las utopías, el teatro…
Unas cuantas preguntas que reflejan – como en un espejo – la propia dinámica del realizador, en una película que parte abiertamente en busca de su propio tema…
Amanece y nada ha cambiado o casi nada.
¿Quién sabe?
Con los alumnos de las 30ª promoción de la Escuela del Théâtre National de Strasbourg (TNS).
Fotografía Katell Djian • Cámara Nicolas Philibert • Sonido Julien Cloquet asistido por Olivier Grandjean • Jefe eléctrico Olivier Régent • Montaje Nicolas Philibert y Guy Lecorne • Música original Philippe Hersant • Ayudante de dirección Dominique Perrier • Regiduría Cécile Bergès • Dirección de producción Gisèle Courcoux • Productor delegado Gilles Sandoz • Una coproducción de Agat Films & Cie, La Sept ARTE (unidad de programas de ficción Pierre Chevalier), Teatro Nacional de Estrasburgo (dirección Jean-Louis Martinelli) • Con la participación del Centro Nacional de Cinematografía, de la Comunidad Urbana de Estrasburgo y del Consejo Regional de Alsacia.
Primera emisión televisiva: ARTE, mayo 1999 • Estreno en salas en Francia : septiembre 1999
Cuando me propusieron que hiciera una película con los alumnos de la 30ª promoción de la Escuela del Teatro Nacional de Estrasburgo (1), se me brindaba una oportunidad extraordinaria para enfrentarme a algo nuevo, aunque sólo fuera que, por primera vez, iba a trabajar con actores. Oportunidad más golosa si teníamos en cuenta que me dejaban total libertad de enfoque… siempre y cuando tratara de la misma manera a todos los alumnos de la promoción.
Esta obligación “igualitaria” resultaba ser más compleja de lo que parecía en un principio – ¡eran quince! – por lo que enseguida decidí hacer del grupo el tema de la película: sin contar que, desde la primera reunión con ellos, me había sorprendido el espíritu colectivo que les movía. Seleccionados dos años antes, tras un examen de entrada particularmente duro, no se habían elegido unos a otros pero, como decía uno de ellos, habían aprendido poco a poco a «respirar, trabajar y crecer juntos». De ahí que existiera un sentimiento de identidad que no excluía, evidentemente, ni tensiones, ni momentos de gloria, pero que se traducía todo el tiempo en una atención constante de unos a otros. Podíamos ver en ello una manera familiar de protegerse del exterior, pero – ¡qué más da! – la energía que invertían en proteger la unidad del grupo casi despertaba ternura. Por eso les pedí que estuvieran presentes todos juntos, todos los días, en el plató.
En lugar de elaborar un guión detallado, con una historia, diálogos escritos y personajes para que los alumnos no tuvieran más que interpretarlos, había preferido dar al rodaje un carácter muy improvisado, siguiendo una trama que cabía en unas pocas líneas. La película contaba la historia de una larga noche durante la que trataban de sentar las bases de un (futuro) espectáculo en Estrasburgo. Evidentemente, “Estrasburgo” era más una excusa que un fin en sí mismo, el “depósito” del que podrían sacar el material libremente (documental o ficción) para poder expresar su propia mirada sobre el mundo.
Me disponía, por tanto, a filmar a quince aprendices de actores y escenógrafos pegándose con todo tipo de interrogantes; interrogantes que se plantearon con una mezcla de seriedad y candor, de ligereza y de profundidad: ¿cómo conseguir que nazca la ficción partiendo de la realidad que nos rodea? ¿La ficción puede hacerse eco de la Historia, en particular de las páginas más negras del pasado (haciendo alusión al campo de concentración de Struthof, en los Vosgos)? O incluso: ¿qué es un “personaje”? ¿Cómo trabajar sin el soporte de un texto preexistente, sin director ni mirada externa? ¿Cómo poner en común quince propuestas enormemente dispares? Un espectáculo, ¿puede cambiar la mirada del espectador?
Pero por mucho que la ciudad de Estrasburgo fuera una excusa, iban a tener que ponerse a ello de todos modos. Cuando se iba acercando el momento del rodaje, les pedí, por separado, que reflexionaran (individualmente, sin confabularse con los demás) sobre cómo podría ser este espectáculo, que se imaginaran las directrices artísticas que podían adoptar, los eventuales personajes y decorados, pero también que se documentaran sobre la ciudad, su historia y su geografía, las tradiciones culturales, la vida asociativa, las industrias, las instituciones europeas que tienen allí su sede… o, qué sé yo, el equipo de fútbol, los barrenderos, las fábricas de cerveza, los trabajadores que cruzaban la frontera, los parados, cualquier cosa… y, para ello, que recogieran testimonios, relatos, escritos, leyendas, fotografías, dibujos, estadísticas o cualquier otro elemento que pudiera servir para alimentar el proyecto.
De este modo, en los primeros días de rodaje, cada uno informaría a los demás de sus propuestas personales; luego, juntos, tratarían de articularlas para encontrar un tronco común…
1) ¿Quién sabe? forma parte de una colección iniciada por ARTE y el Teatro Nacional de Estrasburgo compuesta por las películas de cuatro cineastas, cada una de ellas rodada con todos los alumnos de una promoción de la Escuela del TNS. Las otras obras de la serie son: L’Age des possibles, de Pascale Ferran, 1995), Culpabilité zéro de Cédric Kahn, 1996), y ça, c’est vraiment toi !, de Claire Simon, 1999).