Nénette

La encargada de abrir este Festival Punto de Vista 2011 fue Nénette, del realizador galo Nicolas Philibert, el afamado director de documentales como El país de los sordos (92) y Ser y tener (02), quien ya presentara su último trabajo Regreso a Normandía (07) en este mismo lugar. Nénette es un pequeño filme sobre una orangután que, desde hace más de cuarenta años, habita el zoo del Jardin des Plantes de París. Philibert plantea un sencillo dispositivo, pero con profundas resonancias: filmar a la orangután a través del cristal, de cerca, atendiendo a sus gestos con detenimiento. En esta “aventura” fílmica, este “crimen sin premeditación”, como el propio Philibert definiría la película, se plantea una muy fecunda reflexión sobre el propio medio cinematográfico, la imagen y el espectador, y asimismo una película sobre el propio hombre y su relación con la naturaleza. Así, mientras Philibert filma con delectación las indescriptibles manos de Nénette, su rostro mutante y su lengua surreal, nos invita a pensar acerca de lo que vemos y cómo lo vemos. Lo humano, siempre fuera de campo, aparece en la banda de sonido en la forma de turistas, cuidadores del zoo o amigos del director, invitando al diálogo poliédrico sobre el objeto representado. Nénette es más un documental sobre el cristal que separa al hombre y el animal, y, en términos generales, sobre la separación inherente al fenómeno pantalla por el cual el hombre capta la realidad. En esta profunda teoría de la proyección (complementaria a las disquisiciones deleuzianas sobre la cristalización de la imagen en el cine de la modernidad), Philibert propone una visión pesimista de la humanidad y también del hecho cinematográfico. La orangután Nènette representa “el Otro por excelencia” y frente a él nosotros nos sentimos seguros siempre que esté bien encuadrado, enmarcado, al otro lado de la pantalla. Este cristal es un espejo reflectante sí, pero también una lámina que separa espacios en lugar de unirlos: una pantalla que hace patente su separación. Alegóricamente, aparece en Nénette una descripción del cine (como separación de la vida): Nénette, que tras más de cuatro décadas tras el cristal es algo así como una estrella mediática, con fans, visitantes habituales, entrevistas de prensa y televisión (sus distintos novios, hasta tres, y sus diversos partos, fueron experiencias compartidas por la sociedad parisina, que ha presenciado cómo Nénette quedaba sola con uno de sus hijos), es un trasunto de una estrella del cine. Clausurada y exhibida en una vitrina, representa ese ganado hitchcockiano que actúa en las pantallas, indiferenciado e indistinto, separado de nosotros. Así, todos los filmes que hemos visto, con esas grandes actrices (Gishes, Hepburns, Monroes, etc.), no eran sino documentales sobre orangutanes, y sobre nuestro propio goce en observarlas. Con la diferencia, evidentemente, de que Nènette es mejor actriz.

Esta pequeña-gran película abrió muy gratamente el Punto de Vista en su séptima edición, dejando claro que todo film es un espacio de reflexión, incluso el más insustancial en apariencia. Que todo objeto cinematográfico es el lugar donde se dirime mi/un punto de vista, frente a un mundo que se hace presente. En la mano de Uno está el separarse de la imagen, del caudal y del mundo, o zambullirse. La pantalla, en su idiosincrasia paradojal, permite ambos movimientos. Como dice Portabella, en la introducción al mentado libro de Rosenbaum: “En definitiva, el valor de la posesión está cambiando por el valor de uso, y esto puede ser una noticia muy buena. Estaríamos hablando de la pantalla global”. Pero no esa pantalla global de Gilles Lipovetsky, figura paradigmática del no lugar como espectáculo, sino esta pantalla glocal que refleja mundos pequeños e íntimos en una tentativa de comunidad, un ensayo de unión, ahora sí, global.

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